El liderazgo y el dominio propio

Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad. (Proverbios 16, 32)

Entender la autoridad en el liderazgo es aparentemente sencillo, pero cuando vemos que está ligada al dominio propio, el panorama cambia. Probablemente haya pocas cosas tan complicadas como el dominio propio, a tal punto que el libro de Proverbios nos dice que es mejor “el que se enseñorea de su espíritu que el que toma una ciudad”.


Enseñorear, dominar, hacerse dueño del propio espíritu, de las emociones, tener voluntad férrea sobre uno mismo, es una tarea complicada pero necesaria para poder avanzar en el liderazgo. Si nos percatamos, antes que Jesús comience su ministerio, debió primero enfrentarse a muchas tentaciones, es decir, ejercer el dominio propio. Una cosa es leerlo en la palabra del señor y otra que te digan “¿ves los reinos de las naciones y sus riquezas? Todo eso te daré…” por supuesto que uno dice “jamás”… pero como hemos visto antes, la verdadera fidelidad se da frente a la tentación, decirle NO a la tentación sin estar frente a ella es muy fácil.


El liderazgo para Cristo requiere un continuo ejercicio del dominio propio y hoy lo veremos en un líder descrito por la palabra del Señor.


El Centurión Romano


Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaúm. Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.


Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo. (Mateo 8, 5-13)


Si lo notamos este no es un Centurión común. Hay algunas características propias de su liderazgo que lo hacen sorprender a Jesús al punto que este diga “os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.


1. Conoce los límites del liderazgo. Esto implica el que haya reconocido que Jesús tenía una autoridad determinada sobre ciertos aspectos. El centurión dijo (parafraseando) “Yo sé cuál es el punto de lo que tú haces… tú tienes autoridad sobre el espíritu, y a ese punto yo no llego, reconozco que te necesito para arreglar este asunto”. Para decir eso se necesita dominio propio, porque una de las cosas que atentan contra el propio liderazgo es el orgullo y la autosuficiencia. Dice la palabra que envió a los ancianos para que le “rueguen”. ¿No era Jesús también judío? Pero el ruego es parte del reconocimiento del liderazgo de Jesús por parte del centurión y un enfrentamiento contra su propio ego y sus creencias politeístas.

2. Conoce la esencia de la autoridad. Lo primero que llama la atención de la lectura es que la preocupación del centurión por su siervo, al punto de recurrir a Jesús, es profunda. Además hay un comentario de los ancianos que revela más su posición “es digno que le concedas esto; porque ama a nuestra nación y nos edificó una sinagoga.”

Uno puede suponer que el centurión era un hombre bondadoso y caritativo, que embebido de amor por el prójimo hacía todo por amar al pueblo judío, pero no debemos pasar por alto que era un “centurión”, es decir, un militar, formado en medio de un pueblo pagano, egocéntrico, y jefe de otros cien militares. ¿Cómo creen que un militar perteneciente a una estirpe conquistadora y guerrera puede llegar a ser jefe de un batallón de 100 hombres? Pues es poco probable que sea por su amor al prójimo y por su respeto a la vida. Sin embargo, era un hombre justo y sabía que la esencia del liderazgo y la autoridad era por merecimiento más que por imposición. ¿Para qué les construyó una sinagoga? Porque el liderazgo implica eso, respeto, preocupación, disposición.

¿No hubiese sido más fácil imponer su liderazgo? Probablemente más fácil, pero menos efectivo. Y un hombre militar romano ha debido tener un extraordinario dominio propio como para entender qué era lo que debía hacer.


3. Conoce el valor de la palabra: Es evidente que este centurión sabía perfectamente el valor de las palabras a tal punto que solicita a Jesús que “sólo diga la palabra para que su siervo esté sano”. Para Jesús, este hombre había comprendido de qué se trataba. Para el centurión era simple, la gente obedece a las palabras. Cuando los ancianos le dicen a Jesús “este hombre ama nuestro pueblo” es poco probable que se hayan referido sólo a lo que hizo (la sinagoga), también han debido referirse a su trato. Incluso luego envió unos “amigos”, no envió soldados ni más ancianos judíos. ¿qué amigos podría tener un centurión que no fueran soldados romanos? ¿qué amigos romanos podría tener que se atrevieran a decirle a Jesús que él no era digno de recibirlo en su casa? Este definitivamente era un líder especial y sabía que todo su liderazgo y autoridad se basaba en la palabra. Mantener un liderazgo militar efectivo con esos resultados, requirió de mucho dominio propio.

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