Liderazgo y discipulado

Yo el Predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén. 13 Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen en él. 14 Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 1, 12-14)

¿Por qué un predicador, que ha sido bendecido además al punto de llegar a ser rey, podría hacer tamaña afirmación? “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.” Nos hace recordar a Jesucristo diciendo “26 Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14, 26)” En ambos casos podemos percibir la intención de disminuir el valor de lo que no es parte del mundo espiritual. Vanidad, es una palabra que utilizamos un tanto mal, ¿a qué llamamos vanidad? Casi siempre vinculamos esta palabra con su segunda acepción, arrogancia o presunción, pero pocas veces la vinculamos a su primera acepción que es “cualidad de vano, caducidad de las cosas de este mundo” (Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua)


¿Has notado cuánto nos pegamos a lo que es perecedero? Pareciera que lo que dura poco es más atractivo para nosotros, como si el valor no sólo se asumiera por la escasez y la funcionalidad sino también por la caducidad. El oro es tremendamente apreciado por su escasez y sus características únicas, el petróleo va aumentando de valor mientras menos reservas hay, y lo hace valioso su escasez (en el sentido que no hay elemento que lo reemplace) y su utilidad. Rara vez la caducidad es sinónimo de valor. Cuando compramos algo, si sabemos que dura poco no estamos dispuestos a pagar mucho. ¿Quién pagaría más por algo que dura un día que por algo que dura 100 años? ¿Quién podría asignarle más valor a algo que es perecedero frente a algo que es eterno? Pues nosotros.


Todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Ver como pasajeras las cosas que quisiéramos eternas es realmente frustrante. El amor de nuestra madre, en nuestro corazón es eterno, pero sabemos que ella un día nos abandonará. Los momentos más felices son pasajeros y se terminan reduciendo a gratos recuerdos. Sólo basta observar el espejo para ver cuánto tiempo ha pasado, tengas la edad que tengas, puedes ver cómo ha pasado el tiempo y sabes que seguirá pasando. Y es en esa reflexión donde nos centra el Señor y su palabra. Nada de lo que hagas será realmente valioso, si no es trascendente en el tiempo, porque el tiempo transforma la existencia en vanidad y aflicción de espíritu.


Disfrutando lo que hacemos


17 Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu. 18 Asimismo aborrecí todo mi trabajo que había hecho debajo del sol, el cual tendré que dejar a otro que vendrá después de mí. 19 Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se enseñoreará de todo mi trabajo en que yo me afané y en que ocupé debajo del sol mi sabiduría? Esto también es vanidad. 20 Volvió, por tanto, a desesperanzarse mi corazón acerca de todo el trabajo en que me afané, y en que había ocupado debajo del sol mi sabiduría. 21 !!Que el hombre trabaje con sabiduría, y con ciencia y con rectitud, y que haya de dar su hacienda a hombre que nunca trabajó en ello! También es esto vanidad y mal grande. (Eclesiastés 1, 17-21)

¿Tanto trabajar, tanto obrar y permanecer para que todo termine donde terminen mis ánimos o mis fuerzas? Trabajar en el heredero, en el discípulo, en la trascendencia de la obra es importante para el Señor. Tu verdadero valor como hijo de Dios está en tu trascendencia. Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros como yo los he amado (Juan 13, 34) Amar es un verbo incompleto, requiere de la presencia de otros verbos para existir. Tanto amó Dios al mundo que dio a su único hijo (Juan 3, 16) Es decir, amar principalmente es hacer algo, no sentir algo.


El amor de Cristo fue plenamente trascendente, nos amó a tal punto que dio su vida por nosotros, pero no sólo ahí radica su trascendencia (espiritual en este sentido) sino también en el discipulado que instauró. Llevar su palabra y su obra como Él pidió no es un favor para Él, es una manera de hacernos trascendentes a nosotros venciendo por Él y en Él la muerte y el pecado, y venciendo a través de la obra y el discipulado el tiempo, la vanidad y la aflicción de espíritu, haciéndonos en esencia Hijos de Dios.


Líderes llamados a discipular


22 Porque ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? 23 Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad. 24 No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. 25 Porque ¿quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo? 26 Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; más al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 2, 17 – 26)


Dice el predicador que también es vanidad no disfrutar del trabajo que se hace, por más que se busque la trascendencia en él. ¿De qué me serviría ser catequista si no disfruto del trabajo que hago? ¿De qué me serviría ser evangelizador si en el camino me siento frustrado y mal dispuesto? 1 Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. 2 Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. 3 Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.(1 Corintios 13, 1-3) Así que tenemos dos opciones, o dejamos de lado nuestra labor principal (que debe ser el discipulado hacia Cristo) o aprendemos a disfrutarlo.


La trascendencia de nuestra obra en Dios para manifestarnos como hijos suyos, implica una actitud de amor, porque en su ausencia, podría transformarse en un acto tedioso, aburrido, rutinario que termina alejándonos del camino por cualquier excusa. ¿Por qué la gente se emociona en su juventud en su servicio a Dios y cuando comienzan la universidad, a trabajar o se casan, abandonan el camino? ¿Por qué retornan recién cuando ya no hay “mucho que hacer”? Precisamente porque pueden ver más trascendencia en tener una carrera, tener un trabajo o formar una familia, para al final de sus días decir, “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.”


Como líderes somos los principales llamados a ejercer un discipulado ambicioso y trascendente, que se proyecte hacia una obra imperecedera, llena de amor y dispuesta a que cada vez más gente se reconozca como Dios como su Padre y a Cristo como su Salvador. Esto nos permitirá a nosotros manifestarnos como reales hijos de Dios, bendiciendo para ser bendecidos, porque como dijo Pedro, para eso fuimos llamados, a heredar bendición.



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